miércoles, 11 de febrero de 2009

UNA VISIÓN DE LA SITUACIÓN ACTUAL DEL FENÓMENO DE LA INMIGRACIÓN Y SOBRE CÓMO AFECTA A LAS MUJERES

Todos los días nos llegan noticias sobre la llegada de personas a la Península que intentan llegar en barcazas desde África hasta las Islas Canarias o la costa andaluza. Muchas/os lo logran, otras/os perecen en el mar intentándolo, y mientras la alerta mediática se dispara con cierto tono de invasión y con imágenes desfiguradas de una tragedia que por desgracia sufre gran parte del planeta.

La inmigración es consecuencia de la miseria generalizada que existe en determinadas zonas del planeta que se caracterizan por su debilidad para hacer frente a los causantes de tal situación, lo que lleva a sus habitantes a huir hacia otros países donde buscarse las habichuelas a cualquier precio. En la mayoría de los casos jugándose la vida en el mar, con las mafias (legales e ilegales) o en el andamio.

Cuando hablamos de la debilidad de estos pueblos, nos referimos principalmente a dos factores: la falta de recursos para la supervivencia en su propio entorno y las falsas alternativas políticas para acabar con la corrupción, el expolio y la destrucción existentes en muchos países donde el mundo occidental aún puede rascar algo.

El contexto que estamos describiendo sobre estos territorios, naturalmente, solo beneficia al sector empresarial que invierte-sobreexplota allí y a la clase política que se enriquece a cambio de “revender” los recursos naturales que deberían tomar a la fuerza, la propia población.

La miseria es nómada y no entiende ni de fronteras ni de legalidad, y nos encontramos ante un problema social, una visión aséptica de un conflicto real que ha calado hondo. En este sentido nos resultan sugerentes las aportaciones de Alain Touraine, que sostiene que mientras antes la sociedad se dividía en los que estaban arriba y los que estaban abajo, cada vez más la sociedad actual se divide entre los que están dentro del sistema y los que están fuera. Y obviamente, la población inmigrante a la que nos referimos, se halla claramente fuera del sistema.

Está claro que la inmigración es un fenómeno que no ha dejado de existir en el capitalismo y que, como consecuencia que es de un modo de producir, siempre tiene las mismas características, siempre es una agresión contra la vida de la clase trabajadora, que o bien tiene que desplazarse perdiéndolo todo o bien sufre la depreciación del nivel de vida debido a la llegada de nuevos trabajadores.

Pero el problema no son los trabajadores desplazados sino el capitalismo como forma de organizar la producción social, que produce el desplazamiento. Intenta fijar la reacción ante la crisis colocando como culpables a sus víctimas, buscando hacer de una pequeña diferencia en el nivel de vida de los proletarios de uno u otro país causa de división entre ellos.

Así, en los últimos años no hemos visto más que el enfrentamiento de los discursos pro y anti inmigración, basados en el “derecho a la libre circulación de personas” y en la “defensa de la invasión” respectivamente. Pero la verdad es que ambas sólo son versiones ligeramente diferentes, en tanto son esgrimidas por unos o por otros grupos de políticos, del mismo proyecto: maximizar los beneficios económicos a costa de los proletarios de cualquier país.

La facción que pide la “libre circulación de personas”, pretende ignorar que bajo el capitalismo eso solo significa “libre circulación de mercancías”, pues no hay libertad sino la libertad de acumular más riqueza por parte del capital. Pretenden simplemente suavizar las fricciones que la explotación produce, no acabar con ella. Papeles para todas/os regularización, etc., es simplemente exigir ser explotados legalmente, nada más.

Desde los medios de comunicación, se filtran además noticias de avalanchas, olas migratorias, “invasiones”, que tienen por finalidad la criminalización constante de la figura del inmigrante, que no es más que el chivo expiatorio para conseguir tres objetivos: desplazar el malestar y los miedos de la sociedad señalando a un culpable; desviar hacia una víctima indefensa los problemas sociales que es incapaz de solucionar el Estado, o que incluso él está creando; y potenciar la identidad europea portadora de valores civilizadores contrariamente al mundo bárbaro. De este modo se consigue presentar el no-problema: la propia sociedad receptora, como firme y activa frente a los ilegales, pero humanitaria, solidaria y tolerante con los extranjeros y sus familias. Sin embargo, la realidad es otra bien distinta en los trabajos, en las escuelas, en el sistema sanitario, etc. Y que decir de los brotes de racismo que estamos sufriendo últimamente.

No nos encontramos pues ante un fenómeno social superficial y aislado sin profundidad estructural alguna. Tras este paradigma de armonía social y de grandes valores universales se esconde un fenómeno que se reproduce cotidianamente de forma ininterrumpida, un fenómeno que esconde bajo la piel de quienes sufren la angustia, la desesperación, la tristeza y el dolor. Un problema que además afecta también directamente a las mujeres, una mayoría que también toman parte de todo este entramado.

Cada vez son más las mujeres inmigrantes que vienen con la esperanza de mejorar su nivel y calidad de vida y de que podrán además aportar los recursos suficientes a sus familiares que quedaron en sus países de origen. Normalmente estas mujeres suelen venir solas, dejando atrás hijos y compañeros, y empiezan a adquirir un papel importante que las está convirtiendo en protagonistas de este fenómeno. Son jóvenes decididas y responsables que deciden saltar el charco para encontrar una vida mejor. Independientemente de los motivos que les hacen abandonar a sus familias y venirse prácticamente con lo puesto, el sacrificio que realizan implica unos costos, que además se ven agravados por las lamentables condiciones en que muchas de ellas se ven obligadas a vivir aquí: falta de redes de apoyo y sociales, discriminación por ser inmigrante, trabajos ilegales y mal pagados, etc., todo ello además con la desventaja añadida de ser mujer en un mundo de hombres, donde además la desprotección social, el miedo a la expulsión, el estrés u otras muchas más, no hacen más que agravar la situación. Todos estos son indicadores que nos muestran cómo todavía en pleno siglo XXI, siguen existiendo falsas creencias y mitos que afectan seriamente nuestra estructura social. Hoy día se sigue discriminado por razones de sexo, todavía existe sexismo, y prejuicios de discriminación y desigualdad solo por el hecho de ser mujer.

2 comentarios:

  1. Que difícil ser mujer en este mundo, que difícil salir ilesas de todo ello...
    Simplemente genial ^^

    ResponderEliminar
  2. Si es dificil la emigración más dificil es para la mujer dónde hay sexismo añadido. Me gusta vuestra liga!
    María.

    ResponderEliminar